La mujer en los orígenes del Camino

Durante el Imperio romano, las mujeres no podían desempeñar cargos públicos ni cargos administrativos, ni en la asamblea de ciudadanos, ni en la magistratura ni en los tribunales. Su poder se limitaba a la influencia que pudiesen ejercer sobre los hombres de su entorno, y aunque esta, a menudo, no era despreciable, su papel institucional era casi nulo. Si estatus jurídico dependía del cabeza de familia y su situación apenas distaba de la de un esclavo. El feminicidio de niñas estaba bastante extendido entre ciertas clases sociales, salvo con la primogénita, que solía sobrevivir.

Estatua peregrino
Cara de la estatua del peregrino

A finales del siglo IV, y con el cristianismo ya implantado, la ley romana retira al padre de familia el derecho a matar a los hijos, incluidas las niñas. También el cristianismo es el encargado de honrar a la mujer en sus primeros siglos, llevando a los altares a cinco veces más santas que santos, casi todas mujeres jóvenes, que murieron por afirmar su fe: Ágata, Inés, Cecilia, Lucía, Catalina, Margarita, Eulalia, etc.
Con la aparición de los monasterios, la influencia de la mujer creció y fueron muchas las abadesas de gran cultura y poder. Al mismo tiempo, la ley germánica, absorbida en parte tras la caída del Imperio Romano, permite reinar a las mujeres, así como heredar señoríos, algo impensable en la España musulmana de la época, por ejemplo.
Figuras como la de Leonor de Aquitania, Blanca de Castilla, Juana de Arco o Isabel la Católica, atestiguan que muchos de los personajes más importantes de la historia europea, también en lo político, fueron mujeres. En el caso de Sahagún y el Camino de Santiago, es de capital importancia la reina Urraca de Zamora, que plantó cara a su hermano cuando éste trataba de desposeerla de su herencia y ordenó darle muerte, cambiando completamente la historia de Castilla y de España.
En cuanto al pueblo llano, la mujer desempeñaría durante mucho siglos un papel primordial y múltiple en la sociedad, pues trabajaba en el campo, se ocupaba de los hijos, de la casa, y muy especialmente del cuidado de los enfermos. Por este último motivo, la mujer se hizo depositaria de buena parte del conocimiento científico, pues eran mujeres las que elegían y recolectaban las hierbas, las que preparaban los ungüentos y otras medicinas y las que conocían y se transmitían entre ellas las dosis, los medios de empleo y el conocimientos sobre los distintos efectos, tanto deseados como indeseables. Por supuesto, de ahí a la acusación de brujería, había solamente un paso, pero el conocimiento nunca fue un atributo sin riesgos.