RUTA DE DIFICULTAD BAJA
Sahagún – Azud de Galleguillos
8,7 km · 2:00 horas a pie (solo ida)
Sahagún – Monasterio San Pedro de las Dueñas – Azud
9,6 km · 3:00 horas (solo ida)
RECOMENDACIONES
• La ruta se puede hacer tanto a pie como en bicicleta.
• Si hace la ruta con niños manténgalos bajo supervisión en todo
momento.
• Unos binoculares le permitirán disfrutar de la observación de las
aves a lo largo de todo el recorrido y especialmente en el Azud de
Galleguillos
• Lleve siempre ropa y calzado apropiados.
• Sobre todo en verano lleve agua y protección solar. Evite beber
en aquellas fuentes que no cuenten con suficientes garantías
sanitarias.
• Por respeto al entorno y a otros usuarios evite dar voces y llevar
aparatos con sonidos estridentes.
• Para evitar molestias a la fauna o al ganado, los perros y otras
mascotas deben estar controlados en todo momento.
• Lleve su basura en la mochila y deposítela en contenedores al llegar
a zonas pobladas.

Corría el año 805 de Nuestro Señor cuando el rey Carlomagno, Milón de Angleris y sus huestes recorrían el Camino Francés frenando con gran eficacia el avance de la fe islámica y derrotando con facilidad a cuantos ejércitos moros se aventuraban en sus razias por tierras de Galicia, León, Navarra o Castilla. La fértil vega del Cea era entonces, igual que hoy, un oasis arbolado en medio de la expuesta Tierra de Campos. También era el lugar favorito de Carlomagno para descansar unos días entre batalla y batalla y librar tanto a los soldados como a sus monturas del implacable peso de las armaduras.
Y en estas estaban cuando fueron sorprendidos por la llegada a Sahagún del rey Aygolando, al mando de un poderoso ejército. El enfrentamiento fue inevitable, cientos de hombres, tal vez un millar de cada parte, se enfrentaron en sangrientas escaramuzas que duraron el resto del día. Al caer la tarde, y después de haber medido sus fuerzas, ambas partes se retiraron a descansar, reorganizarse y hacer balance de los caídos. La batalla definitiva tendría lugar al amanecer y sería necesario movilizar hasta al último hombre. Ninguna hoguera encendida atenuaba la oscuridad de la noche solo se escuchaba el rumor del Cea, el relincho nervioso de los caballos y el tintineo del acero.
Se encontraba la tropa muy desmoralizada mientras cada soldado disponía sus pertrechos para la mañana siguiente. Uno a uno hincaban en tierra las lanzas con el pensamiento puesto en los compañeros caídos mientras, de boca en boca, se extendía el rumor de que Aygolando había recurrido a la nigromancia para lograr la victoria. Habría conseguido el rey moro, con artes oscuras, fuerza sobrehumana para sus hombres y habría multiplicado por dos la resistencia de su acero.
Horas después los hombres, que apenas habían logrado conciliar el sueño, salían de sus tiendas con temor a una muerte segura.
En completo silencio, ajustaban las cabezadas de sus caballos, ceñían las espadas al cinturón y se colocaban las cotas de malla. Aún faltaba media hora para que la luz del amanecer comenzase a tornar azul el negro manto de la noche cuando sobrevino la sorpresa. Al intentar coger aquellas lanzas cuyos propietarios habían muerto el día anterior, éstas habían echado ramas frondosas y raíces profundas.
Sólo la intervención divina podía estar detrás de semejante milagro.
-¡Dios está con nosotros!- Las lanzas mágicas fueron taladas con gran alborozo, cada jinete cogió la suya y con ellas apoyadas en el estribo derecho se dirigieron en formación al campo de batalla.
-¡Alahuakbar!- Con el primer rayo de sol se escuchó el grito de guerra del enemigo. Era la señal. Al picar espuelas el miedo había desaparecido frente a la esperanza de la victoria.
Con intervención divina o sin ella, la victoria no fue fácil. Las bajas en ambos bandos se contaron por miles, incluida la de Milón de Angleris, que ese día dejó huérfano a su hijo Rolando. También murió en el campo de combate Bayard, el caballo de Carlomagno que, según la tradición franca, había sido concebido por un dragón y una serpiente.
Cuando el ruido de los aceros hubo cesado, algunos de los supervivientes juraban haber visto como la mano invisible de Dios tomaba las riendas de los caballos de los cristianos abatidos que, sin jinete, continuaban dando batalla a los infieles.
Tiempo después, silenciado el eco de la antigua batalla, los tocones de las lanzas taladas habían brotado y formado formidables bosques de fresnos, sauces, alisos y álamos bajo los que aún es posible pasear hoy día en esta villa de Sahagún, a orillas del río Cea.
El paraje donde se libró la batalla era llamado Zeinse, actual Sahagún, donde fueron sepultados los mártires San Facundo y San Primitivo.
La ruta de las lanzas recorre hoy los campos de aquella ficción legendaria y sirve de inspiración al visitante para tomar contacto con las magníficas arboledas ribereñas, la vegetación y la fauna, que se reune con especial abundancia en el punto de interés ornitológico del Azud de Galleguillos. Muy cerca, también se puede descubrir la necrópolis y la antigua calzada romana en el paraje denominado Cañada Zamorana. De igual modo la ruta posibilita un acercamiento diferente al cenobio benedictino medieval de San Pedro de las Dueñas y a su desconocido puente de hierro.