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La peregrina, el alma del Camino.

Dice la tradición que en el año 820, un ermitaño llamado Paio encontró la tumba del apóstol Santiago el Mayor en los restos de un antiguo campamento romano. Sobre el lugar se erigió un pequeño santuario que luego fue creciendo hasta convertirse en la actual catedral.
Desde entonces, toda Europa mira hacia las tierras gallegas, hacia el fin del continente y del mundo mismo, trenzando múltiples rutas que se alternan y se cruzan hasta su destino final en Compostela. Esta fue la arteria por la que circuló durante siglos la sangre de la cultura europea, alimentando sus márgenes con nuevos pensamientos, tecnologías innovadoras y espíritu de tolerancia hacia el forastero.
El Camino de Santiago fue también el surco en el que se esparcieron los arquitectos, atraídos por las obras sacras que se fueron construyendo en su curso. Canteros, tallistas, orfebres, y una larga lista de profesionales dejaron su huella, aún visible, en la Ruta Jacobea.
Durante toda la Edad Media, los monarcas de León, Castilla, Aragón y Navarra favorecieron cuanto pudieron la peregrinación, construyendo puentes, reparando los caminos, promoviendo albergues e intentando mantener la seguridad en las zonas más complicadas.
Ya entonces el Camino era patrimonio e interés de todos.

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Y entonces, cuando las fuerzas se han ido desgastando y los pies acusan el castigo de la interminable llanura, el peregrino llega por fin a Sahagún.
Hace casi mil años que esta ciudad es amparo de peregrinos. Para ese fin se fundó, principalmente, el monasterio benedictino, del siglo XI. En su día, sus dominios llegaban hasta Liébana y Segovia, y mantuvo su importancia hasta el siglo XV.
En Sahagún levantaron también la iglesia de Santo Tirso, de estilo mudéjar, terminada alrededor de 1190 y que es, además de una joya artística, un monumento al aprovechamiento de los materiales que abundan sobre el terreno.
De parecida época, o incluso más antigua aún, de alrededor de 1110, es la Iglesia de San Lorenzo, crisol de culturas y de estilos, con detalles románicos, góticos y moriscos, completamente construida en ladrillo.
Y elevada sobre ellas, en el punto más alto de la localidad, la iglesia de la Peregrina, que fue convento franciscano erigido en 1257. También románico y también de ladrillo, con ese estilo que se ha llamado a veces románico mudéjar.
Cuatro iglesias, cuatro torres como promesas para el caminante. Promesas que se cumplen.

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Dicen que allá en la Edad Media, cuando la oscuridad era aún negra y los aullidos del lobo erizaban el espinazo de los caminantes, un anciano peregrino se esforzaba cada jornada en alcanzar el siguiente refugio. Pero las fuerzas le faltaban y a menudo se vio tentado de detenerse y pasar la noche al raso, aunque eso supusiera un terrible peligro.
Sin embargo, en las jornadas más duras y cuando mayor era su fatiga, una muchacha alegre y risueña caminaba delante de él, invitándolo a seguirla y dándole ánimos con sus bromas y su buen humor. Cuando al fin llegaban a algún pueblo, el anciano la buscaba para conocerla y darle las gracias por su aliento, pero nunca la encontraba.
Y así pasaron muchos días y muchas etapas del Camino hasta que el viejo llegó a Sahagún y, al ir a escuchar misa, descubrió que la muchacha que lo animaba era idéntica a la imagen de la Virgen que presidía el altar del monasterio franciscano.
Y allí mismo le dio las gracias, como hace todavía hoy con su compañero de fatiga el que conoce el valor de no tener que caminar solo.

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Ni a Castilla ni a León le han faltado grandes almirantes en la Historia, y quizás uno de los motivos sea que a la gente de estas tierras no le es ajeno el saber buscar señales y personas como motas perdidas en el horizonte.
La Tierra de Campos es inolvidable para todo el que haya recorrido alguna vez el Camino de Santiago. Por su dureza, por su carácter propio y el que imprime a los que se deciden a soportar el sol y la lluvia por sus caminos en busca de ese pueblo, acaso legendario, que aparece como destino en la guía.
Pero el pueblo existe, oculto a menudo tras una hondonada, protegido del rigor de los elementos y agazapado como un topo durmiente. Para el peregrino, cada pueblo de Tierra de Campos es un Camelot de tejados rojos donde refugiarse de las fatigas de la jornada, reponer fuerzas, comer como es debido y suspirar por las tardes, deseando que al amanecer refresque de nuevo.
No hay mejor lugar para aprender que el tiempo es la escuela en que aprendemos y que sólo somos lo que nos vamos. Hasta el siguiente pueblo. O hasta la siguiente sombra.

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Para peregrinar a Santiago sólo hacen falta dos piernas, y aun hay quien lo hace con menos. La condición de mujer no fue nunca impedimento para lanzarse al Camino de Santiago y son muchas las peregrinas ilustres que se sintieron atraídas por su reto.

En sus orígenes, por las limitaciones sociales y por los peligros y exigencias físicas de la ruta, las mujeres eran una escasa minoría, pero aún así notable.

Dicen que la primera notable fue Jimena Garcés, que en el año 899 acompañó a su esposo el rey Alfonso III, gran devoto del apóstol. También fueron peregrinas la reina Isabel de Portugal y Santa Brígida de Suecia, ambas en el siglo XIV, que regresaron a sus tierras contando lo que aquí habían visto.

Pero las más fueron mujeres anónimas, del pueblo, que peregrinaban en compañía de sus familias, porque hasta época muy reciente los caminos estaban infestados de bandidos y animales amenazantes.

Aún así, el papel de las mujeres en el Camino de Santiago no termina en las que lo recorrieron: también hay que recordar a las que apoyaron su florecimiento, construyendo puentes (el Puente de la Reina, construido por Muniadona de Castilla) o promoviendo instituciones como la colegiata de San Isidoro, en León, fundada por Sancha de León, junto a su marido el rey Fernando I.

A día de hoy, el número de mujeres ha superado al de los hombres que recorren el camino.

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