El Camino de Santiago. La gran ruta de Europa

Desde sus orígenes, la elección de ruta en el Camino era una de las decisiones más importantes que debía tomar un peregrino. Los distintos trazados de la peregrinación obedecen tanto a razones geográficas, de infraestructuras, como a la necesidad de no saturar ninguna de las opciones, pues muchos peregrinos, especialmente los más pobres, vivían del terreno, pidiendo limosna u ofreciendo su trabajo a cambio de alojamiento y comida.

Estatua peregrino
Cara de la estatua del peregrino

una vía milenaria

Los gobernantes, por su parte, fomentaban el itinerario más conveniente a sus intereses, y en ese itinerario construían puentes, reparaban caminos, o reforzaban la seguridad, un tema realmente delicado hasta el siglo XIX cuando, precisamente para fomentar el comercio y reducir los riesgos de los viajes, se creó la Guardia Civil.
Con esa misma finalidad, en 1119 se había fundado en Jerusalem la Orden de los Caballeros Templarios, cuyo fin original era la protección de los peregrinos y de los Santos lugares. Durante los casi doscientos años que duró la orden, constituyó la columna vertebral de una fuerza de seguridad europea, de carácter transnacional, algo realmente avanzado para la época.
Los Templarios, además de desempeñar labores militares, consolidaron una impresionante red de infraestructuras y hasta una red comercial, promoviendo instrumentos similares a las letras de cambio, que permitían a los viajeros evitar el riesgo de llevar el dinero encima, pues se podía entregar a la delegación templaria en origen para que la orden lo reintegrase a su dueño, poco a poco, en diversos lugares del camino. De igual modo se podía ajustar el avituallamiento a lo largo del Camino, disminuyendo los riesgos d elo que era toda una aventura para la época.
Una cuestión que hay que tener en cuenta es que, en aquellos siglos, por la escasa conservación de los caminos y el deterioro de las antiguas calzadas romanas, era más fácil el traslado de personas que el de mercancías, lo que se acentuó con el dominio musulmán del mar Mediterráneo. De este modo, el interés en mantener una ruta abierta era compartido por los soberanos, las órdenes monásticas, los comerciantes y casi toda la sociedad en general.
Es a través del Camino de Santiago como llegan a expandirse por Europa los paños flamencos, armas francesas y otros bienes y servicios, que a menudo viajaban a la península ibérica en busca de una moneda más fuerte, el oro, que procedía del comercio con los reinos musulmanes del sur, donde la liquidez de los metales precioso era mucho mayor que en la depauperada Europa continental.
La fe, por supuesto, jugaba un importante papel, y eran muchos los peregrinos que se lanzaban al camino por razones religiosos, pero los gobernantes y las infraestructuras seguían, como siempre, unos incentivos mucho más pragmáticos. Así, poco a poco, los vecinos fueron haciéndose más dependientes de los vecinos. Y así, como siempre, se creo la cohesión inicial de lo que un día sería Europa.